Barras Bravas: Cuando la Pasión Derrama Sangre

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El sol estaba en su esplendor, se sentía un clima fresco y – como solía decir mi abuelo - tenía pinta de un día de buen fútbol. Agarré el periódico y rápidamente busqué la sección de deportes. “Duelo en la Victoria” anunciaba el titular, y es que se jugaría la fecha 3 del torneo local. Alianza Lima quien era local recibiría a Sporting Cristal en un duelo que prometía “harta chispa”. Ambos equipos tenían planteamientos distintos, por un lado a los rimenses les gustaba la posesión de balón; y por otra parte los victorianos venían haciendo uso de sus clásicos contragolpes aprovechando las bandas.


Debo confesarlo, soy fanático de la celeste y sobretodo de las apuestas, y hoy no iba a ser la excepción. El empate pagaba muy bien y decidí sacarle provecho jugándole unas fichas a un boleto. Este partido era uno de los más voceados de toda la semana, de hecho, las entradas ya estaban puestas a la venta en Teleticket y Joinnus. Fui precavido y compre mí entrada – como miles de hinchas – pero para “mala leche” faltando 2 días para el encuentro, el club íntimo anunció que solo se jugaría solo con hinchada local. Una mala coordinación capaz. ¿Quién sabe?, pero ya estaba hecho, ya tenía mi entrada en el bolsillo y mi DNI que siempre me acompañaba.


El juego empezaría a las 4 de la tarde así que decidí sacarle provecho y salir temprano. Antes de salir, la bendición de la abuela que era infaltable.


Hubo un tiempo en el cual, estuve ligado al tema de barras y éste no me era ajeno. Conocí muchos amigos de diferentes equipos, algunos barristas y otros hinchas normales, me era fácil relacionarme con ellos debido a que también “le metía a la pelotita” y eso genera amistades. Mantenía contacto con algunos miembros, con los “batuteros”. Un amigo que era jefe de un grupo de barristas me comentó que El Extremo Celeste – la barra oficial – iría al Estadio Alejandro Villanueva de forma encubierta para así poder alentar al equipo de sus amores.


El punto clave de su reunión seria a las 3 de la tarde en Huanta con Montevideo – a unas cuadras de Matute- eran un aproximado de 500 hinchas bajopontinos que irían a dejar la garganta. Al instante pensé que esto no acabaría bien y decidí cambiar de ruta. Llegando a la Victoria, comencé a ver centenas y centenas de hinchas con polo blanquiazul – pase desapercibido - .


A lo lejos reconocí a un ex compañero de secundaria, le decíamos “El Cholo” por los rasgos que se manejaba. Me invitó una gaseosa y a caminar por su barrio, el popular “Mendozita”, no arrugué. Me presentó con su gente y me explicó que una de las barras más temidas de Lima estaba dividida en 2 facciones. El cono Este quien lo lideraba “El Perro” y La Banda del “Loco Juancho”. El tema principal de desunión de las barras es el tema de entradas y ninguno de los 3 grandes era ajeno a eso.


La Banda del Loco Juancho tenía su punto de reunión en Mendozita, aproximadamente unos 350 “punteros” como suelen llamarse. Se escuchó un grito: “Ahí vienen los del Conoo”, y todos los de la banda salieron con sus palos, piedras y armas blancas. Me ví envuelto en una pelea que no era mía. Una pelea donde no había por donde correr, se sentía un ambiente intenso, no podías huir por ningún lado. Solo quedaba parar.


Mi reloj marcaba las 3:35 de la tarde. Se sentía la adrenalina pura correr por mis venas, el olor a miedo en el ambiente que se confundía fácilmente con el olor a Marihuana que emanaban los barristas. Vi a varios fumando pasta, marihuana, algunos inhalando cocaína y otros arriesgando su vida tirando piedra como delincuentes.


La pelea entre ambas facciones duró poco, aproximadamente 2 minutos, pero ese sería el primer remesón. La barra de Cristal había asomado al barrio de Mendoza entrando por la espalda de la explanada del estadio donde los esperaba una guerra de sangre. Empezaron los gritos y los caídos por piedras. Ví claramente como los de la Victoria eran superiores en número y tenían avellanas que usaban a sangre fría contra el equipo rival, aprecié como algunos barristas tenían sables que los afilaban en la pista, con ganas de cobrar sangre.


Pasaron cerca de 4 minutos y pude librarme en cierta forma del desastre en el que me encontraba envuelto. Me creí a salvo; cuando escuche el primer balazo se me escarapelo la piel, no había oído nunca un balazo tan de cerca. A unos metros cae el primero. Los de Cristal hicieron un escudo humano y avanzaron con piedras mientras recogían a su compañero con la cabeza en sangre. Se oyó el segundo y la bala impacto en el muslo de un hincha celeste que pese al dolor, más pudo la adrenalina o capaz los efectos de la droga que seguía con ímpetu de lucha, al ver que ya no podía mantenerse en pie, fueron los mismos “hermanos de barra” quienes lo sacaron del matadero para curarlo. Fueron cuatro los heridos de bala y cinco los minutos que sentí la vida irse. Entendí que no era ficción como se suele creer, la vida sí pasa lento por tus ojos recordando a tus seres más queridos. Vi la cara de mi amada abuela y tome el valor necesario para dominar los nervios y la situación. Antes de salir de casa me había dado su bendición, no podía fallarle, debía regresar.


La policía que normalmente brilla por su ausencia se hizo presente al acabar el enfrentamiento – para variar –. Conseguí retirarme rápidamente y agradecer que seguía entero e ileso. Mi corazón no dejaba de latir a mil, pero era entendible, estar al lado de la muerte y abrazarla no es cosa de todos los días. Después de todo, el juego se detendría al minuto 65 por falta de garantías y se retomaría al día siguiente.


Un partido que empezó el domingo y terminó el lunes con empate, me hizo pensar hasta dónde puede llegar la pasión y locura de un barrista por “defender y representar” sus colores, aborrezco la nefasta idea de todo tipo de agresión, pero así se maneja los códigos de barra. Gané el boleto de la apuesta, pero cada vez que ocurren estas cosas, el fútbol pierde cuando la pasión derrama sangre.